lunes, 21 de septiembre de 2009

86.400 entre 1.000

Tenía 86.400 segundos por delante para disparar. Mil veces. Hice las cuentas así que me levanté, tan tranquila a las diez de la mañana. Era domingo. Iba a ser un día para retratar, desde luego: íbamos a celebrar mi cumpleaños.

Amanecí con la gata a los pies de la cama. Soy de letras, así que fallé e inmediatamente me empezó a entrar el agobio. Fotos, fotos, fotos, fotos. Peleé con las sábanas para no despertar a Kira, y saqué la batería que dejé cargando la noche anterior. Víctima fácil, la gata. La disparé un par de veces, dormida y despierta. ¡Tenía que llegar a mil! En ese momento, me acordé del profesor a pesar de ser domingo. ¿Mil fotos? Bff...

Empecé por el calendario. Mi cumpleaños había sido unos días antes y era una fecha digna de retratar: nueve del nueve del nueve. Tras la ducha y el apaño para la ocasión metí la cámara en el bolso. Fuimos a ver las regatas de La Concha a la playa así que no duró mucho tiempo dentro. La matrícula del coche, mis padres paseando, el tumulto de gente al pasar por el túnel de Miramar, el monte Urgul lleno de gente minúscula con camisetas de colores para animar a sus equipos, la casi inexistente playa de La Concha debido a su marea, los paseantes, niños con castillos de arena, señoras que chapoteaban, toldos blanquiazules extendidos, la unidad de Punto Radio en primera fila de la playa, un manifestante por la custodia de sus hijos vestido de Papa Nöel en mitad de la playa, las regatas alineadas preparadas para salir, la bahía llena de barcos, piragüas, nadadores, yates,... En el camino de vuelta, una bicicleta solitaria aparcada junto a la famosa barandilla, un árbol del paseo y lo mejor de todo, la cara de mi padre al ver la multa de la OTA.

Volvimos a casa. Fotografié a mi perro, mentalmente. Al. salir, todo arreglados, un retrato de mis padres en el jardín. De camino al coche mis zapatos de tacón rojos. El cuentakilómetros, la palanca de cambios plateada. En el camino descansó la cámara. Al llegar al restaurante, cambié de batería. Todo era "fotografiable". La rueda del carro barnizada, las flores, los árboles, la piedra del caserío, los ánimales. ¿Y dentro? Pfff, qué decir dentro. Unos decorados rústicos acompañado de unos platos llenos de coloridos. Es una pena que la cámara no retratase sabores.

Al salir, un contrapicado de mi sobrina. De fondo el cielo azul y ella, con sus ojos, llena más que el cielo. Mis pies de nuevo, esta vez en bailarinas rojas. En una roca un modelo improvisado. Era mi hermano. Miré el reloj, ¡también el reloj! Y de repente llegó la hora: sesenta segundos por sesenta minutos por veinticuatro horas, si le restas ocho de suelo menos blablabla... Cámara en mano, como si de una metralleta se tratara: click, click, click, click, click,...no paraba de disparar. Todo lo que veía con mis ojos era retratable. Era un intento de recuperar el tiempo mientras me hacía la digestión.

El atarceder también entró en mi cámara antes de volver a casa, los paquetes de los regalos medio abiertos medio cerrados en mi habitación, las maletas... y si hubiese podido, mi cara de no querer irme.

Comprobé que los cálculos me había fallado. Sí, hice bien en no coger ciencias. Lo más socorrido que tenía a mano era ella. Un book. ¡Mi gata es tan fotogénica!

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